EL EVENTO COVID-19 Y UNA PERSPECTIVA SOBRE LA ESPECIE
Si hay algo especialmente extraordinario en el fenómeno de la actual pandemia es, precisamente, que se trata de un evento de especie, incontestable en cuánto a las implicaciones que se extienden por todas las áreas geográficas, afectando simultáneamente a diversas conformaciones sociales, culturales y políticas. Todos los seres humanos están viendo cambios en sus vidas, que dejarán algo más que la huella biográfica individual. Estamos ante una importante huella en la memoria colectiva, que aún no sabemos cómo se desarrollará ni que balance nos dejará, una vez resuelta esta crisis. Aun siendo pronto para las conclusiones, podemos ir recapitulando sobre el propio proceso humano y sus crisis anteriores, en busca de indicios.
NATURALEZA Y GENETICA
Rastreando en los orígenes de la especie, encontramos que la respuesta evolutiva ha salido adelante, inicialmente, a través de cambios más o menos importantes en la genética. Por ejemplo, hace entre dos y tres millones de años, nuestro antecesor homínido, ya muy diezmado por las adversidades del clima, se encontraba concentrado geográficamente en una zona restringida del continente africano. Con una población ya escasa, se vio amenazado por una versión altamente letal de la malaria, hasta el punto de estar muy cerca de la extinción. Entonces, apenas un pequeño porcentaje de especímenes, quizá unas pocas decenas de individuos en total, presentó un cambio irreversible en su genoma. Esta mutación implicó la pérdida de la molécula Neo5Gc, común entonces al resto de mamíferos, necesaria para aquella versión del Plasmodium que les infectaba. Fue sintetizada en su lugar otra molécula, la Neo5Ac, que cumplía con la misma función en su membrana celular, pero que no permitía la utilización de los eritrocitos por el parásito. De este modo, el reducido número de mutantes que sobrevivió, constituyó un cuello de botella evolutivo, a partir del cual se continuó con un nuevo linaje.
A lo largo de la línea evolutiva, sucesivos cuellos de botella fueron determinando cambios genéticos, más o menos relevantes.
Algunos de ellos dieron lugar a saltos importantes, definidos por la Paleogenómica como especies distintas, hasta llegar al Homo Sapiens actual. Incluso en éste, a lo largo de su migración desde África, sucesivos cuellos de botella locales produjeron diversas morfologías, características de su adaptación a las condiciones que encontraba en las zonas geográficas donde se fue asentando.
Otros cambios evolutivos fueron consecuencia de adaptaciones más eficaces y no siempre fueron la respuesta a una amenaza por la supervivencia. En el caso de las adaptaciones al medio natural de distintas zonas, fue la propia especie quién en su desplazamiento indujo estos cambios, al variar su entorno. Una serie de polimorfismos menores son hoy rastreables y explican esos cambios, en función de una mejor respuesta a condiciones de menor luz solar, más frío u otras, distintas a su región de origen. Encontramos, aún hoy, muestras en la pigmentación de la piel, la mayor o menor presencia de grasa parda y otros rasgos.
EL FUEGO Y EL CEREBRO
Podemos decir que hay un punto de inflexión y un cambio de cualidad en el proceso evolutivo a partir del control del fuego que realiza el Homo Erectus, hace aproximadamente un millón de años. La incorporación del cocinado de los alimentos permite cambios sustanciales en la alimentación. Estos cambios, a su vez, inducen nuevos cambios diferenciales, a costa de algunas aparentes pérdidas. Por ejemplo, perdimos la capacidad de sintetizar la vitamina C, pero podemos desde entonces digerir grandes cantidades de proteína y grasa de origen animal, especialmente el marisco, que fue clave entonces, aportando fosfolípidos, con los cuales se construyó el cerebro. Notablemente, esta dieta enriquecida, permitió aumentar espectacularmente el volumen encefálico, habilitador de funciones cognitivas y reducir el tramo de intestino grueso, ya menos necesario, al ingerir alimentos cocinados y abandonar ciertos alimentos de origen vegetal y menor rendimiento, en favor de otros alimentos de mayor densidad nutricional. Este cambio progresivo, cuyo resultante fue el Homo Sapiens, llevó 800.000 años. Y, lo más importante, abrió una nueva vía de cambios evolutivos, puesto que no se modificó únicamente la dotación genética, si no que se externalizaron las transformaciones, más allá de nuestra biología. Se avanzó enormemente en la producción de objetos tecnológicos y se dieron las bases de un sistema de organización social. El legado a nuestra especie incluyó la base biológica necesaria para que se pudieran formar las redes neuronales capaces de sustentar y gestionar esa incipiente tecnología y esa primaria organización social. En la base de estos cambios, hubo una ganancia significativa en la cantidad de energía disponible. Ese plus energético fue el que permitió reinvertir en mejoras adaptativas y aumentar el control sobre las condiciones que imponía el medio natural.
Desde ahí, los saltos adaptativos en nuestra especie han ido teniendo una menor dependencia de la biología y se han apoyado cada vez menos en modificaciones genéticas, lo cual ha permitido acelerar los tiempos y el ritmo evolutivo. Tras una larga diáspora, que le llevó a cubrir el planeta, los sucesivos cambios del Homo Sapiens han ido siendo sustentados por revoluciones tecnológicas y sociales, antes que por los genes.
EL HOMO SAPIENS Y LO SOCIAL
A lo largo de 200.000 años, se consolidaron las adaptaciones neuronales para la imprescindible vida social, las crecientes funciones cognitivas adaptadas a estos intercambios, cada vez más complejos, la próspera tecnología de las herramientas y de la transformación de los materiales. Esa actividad compleja y realizada socialmente impulsó un lenguaje cada vez más preciso y diverso, que a su vez fue la herramienta de nuevas funciones abstractivas y nuevas formas de expresión emocionales. Así como las mejoras en la dieta proporcionaron antes los pilares fisiológicos, imprescindibles para el desarrollo cognitivo, la organización social facilitó el surgimiento de la cultura y la expresión de la conciencia, no solamente como una respuesta adaptativa a las necesidades materiales de la supervivencia, sino también como una progresiva forma de comprender y explicar el mundo, tanto tangible como intangible, manifestándose también el sentimiento compartido de lo trascendente. Las funciones sociales se organizaron para resolver colectivamente las necesidades y aparecieron expresiones de arte. Durante cientos de miles de años, evolucionó socialmente un ser, aun frágil en su biología, pero cada vez más capaz y competente como colectivo solidario, donde la tribu amparaba y protegía al individuo de amenazas externas, le ofrecía una funcionalidad en la cual poder aportar y le brindaba los productos materiales e inmateriales compartidos, que hicieron despegar su calidad de vida mucho más allá de la mera supervivencia. Ese sentimiento más espiritual, quizá ordenado en algunos casos como religiones primitivas, le mantuvo conectado con la Naturaleza y con la Vida, como muestra la presencia de restos de antiguos rituales de fertilidad y de caza, o de una finalidad más trascendente, como los funerarios. La forma de vida nómada o semi-nómada, no permitía la propiedad permanente de la tierra, ni mucho menos una estructura social que garantizara la transmisión ni la defensa de dicha propiedad, entonces inexistente. Tampoco existían las guerras territoriales, aunque hubiera episodios de violencia inter-tribal, de canibalismo y de predación dentro de la especie. Se considera probable que la presión por fricción entre colectividades, compartiendo áreas de influencia y compitiendo por recursos alimentarios, fuera uno de los impulsos de la expansión geográfica. En cualquier caso, la forma de organización social era entonces básicamente colaborativa. Los ejes fundamentales de la convivencia en la tribu estaban relacionados con la alimentación y con la crianza, tomando las mujeres un papel predominante en la organización social, probablemente matriarcal. Se puede hablar de una economía de lo compartido, especialmente de las herramientas y los bienes necesarios para el sostén de la tribu, que serían de propiedad común. El plus que permitió todos esos avances provino de la cooperación social y de la mayor eficacia en el reparto solidario de funciones. A su vez, el crecimiento de la complejidad neuronal y emocional, fue estimulado por el creciente número de interacciones sociales. También la actividad relacional modificó la fisiología.
LA REVOLUCION AGRÍCOLA Y LA BRECHA
En esta escala de tiempos, es muy reciente el último gran cambio de tendencia en nuestro modo de vida, hace apenas 10.000 años. La llamada revolución agrícola o revolución del Neolítico. Muy concentradas en poco tiempo, se produjeron grandes alteraciones. El asentamiento en un territorio para poder cultivar. El agrupamiento en asentamientos cada vez mayores. La propiedad de la tierra y de los animales domésticos. La defensa de la propiedad territorial y la competencia sistematizada por los recursos.
El patriarcado emergió como un nuevo ordenamiento social basado en el ejercicio de la fuerza para mantener la propiedad, la autoridad y los privilegios de una parte, por encima del conjunto social. La Naturaleza se vio como algo que se podía poseer y la Vida como algo controlable. El conocimiento de los mecanismos de la fecundación y la reproducción situó a las mujeres en un papel social secundario. Los mitos, las cosmogonías y las religiones que surgieron, amplificaron y justificaron el ordenamiento patriarcal, con dioses masculinos y autoritarios.
Se produjo lo que denominamos “la Brecha”, por ser un distanciamiento del ser humano de aquel ámbito mayor de lo Sagrado, que antes se identificaba con la Naturaleza, que quedó como algo controlable y sujeto a las nuevas reglas de la propiedad.
Hubo una gran abundancia de alimentos, que permitió una expansión demográfica sin precedentes. En esta nueva organización colectiva, quedó institucionalizada la guerra como actividad periódica, con una casta de guerreros fuertemente vinculada al poder que se centralizaba en un rey o gobernante, que mantenía continuos litigios bélicos con los reinos colindantes y, ocasionalmente, emprendía campañas expansivas para someter territorios y constituir imperios. La competencia por fabricar mejores armas, fue incluso más importante que la tecnología de las herramientas de labor. Todo tendía hacia la concentración de poder, en todos los campos. Aquel orden social era también beligerante internamente. Los amplios colectivos humanos de las ciudades, desbordaron la capacidad neuronal anteriormente conseguida y, en respuesta, se formaron clanes familiares, adecuados para repartir el poder parcialmente desde una figura patriarcal y así controlar la transmisión de éste, vinculado a propiedades materiales hereditarias. Prevaleció la competencia sobre la solidaridad, no solamente entre clanes familiares, también internamente se ejerció la autoridad masculina en el seno de las familias. La brecha también se produjo en la relación entre los sexos, reduciendo frecuentemente a las mujeres a ser objeto de propiedad de los patriarcas. Las nuevas religiones, aliadas con el poder, reforzaron estructuras ideológicas que mantuvieron y promovieron esa estructura social, ahondando la brecha entre el sentimiento religioso y los ritos oficializados. Como contrapartida biológica, la incorporación de nuevos alimentos cultivados y criados por su gran rendimiento, empeoró la salud: menor expectativa de vida del adulto, nuevas enfermedades y menor calidad de vida. El creciente desarrollo de la tecnología puso al ser humano en situación de modificar el mundo natural a su medida, incluyendo, hasta cierto punto, a su propio cuerpo. El uso de todo tipo de prótesis y máquinas le permitió alcanzar un creciente dominio del mundo natural y, a la vez, sirvió de base para el desarrollo de nuevos conceptos y nuevos términos lingüísticos que los definieran. Podemos hablar de un creciente desarrollo de la inteligencia, necesaria para el manejo de un mundo crecientemente más complicado. Sobre una base fisiológica, más endeble, se formaron redes neuronales de mayor complejidad, apoyadas por invenciones externas para las funciones más básicas, como la memoria o el cálculo, respaldadas por medios de soporte material y por maquinaria más sofisticada. A su vez, se desarrollaron variaciones intangibles del pensamiento, como la ciencia, más apta para comprender y manejar un universo más amplio. Incluso hubo apariciones de una conciencia más profunda, que se manifestó en épocas más concentradas, de variada producción mística y filosófica, como la llamada Era Axial. O de forma más puntual, mediante aportes particulares de individuos y escuelas en dichos campos . Gracias a la memoria escrita, existe muy abundante producción relatando e interpretando los últimos milenios, no es la idea entrar en detalles. Sin embargo, en esa visión reciente, parece haberse olvidado el enorme peso que todos los milenios precedentes tuvieron, para crear una profunda huella de identidad en nuestra especie.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y LOS COMBUSTIBLES FÓSILES
Dentro aún de esta etapa de sedentarismo competitivo, tuvimos un importante punto de aceleración considerable de todo el proceso, que fue la llamada Primera Revolución Industrial, de mediados del siglo XVIII.
Básicamente, el acceso a los combustibles fósiles nos aportó una nueva superabundancia energética, un nuevo plus que se pudo reinvertir en tecnología, en producción material, en movilidad y en acumulación de conocimiento.
Desde ese momento, se aceleraron los tiempos de forma exponencial, profundizando aquellas rupturas de la Brecha y poniendo al frente un sistema de ideación absolutamente materialista. Se terminó de explorar y de cubrir la superficie de la práctica totalidad del planeta, poniéndolo bajo la influencia de una cultura dominante, que es aun el máximo exponente de ese materialismo. A la vez, se inició un proceso de concentración urbana, en parte por la capacidad técnica de levantar mayores edificios, en parte por la demanda de trabajadores para la pujante industria. Tuvieron lugar eventos bélicos mundiales. La incorporación de la mujer al insaciable mundo laboral, empezó a abrirle puertas de participación social, tras un ostracismo secular. El desarrollo tecnológico, muy velozmente incrementado, permitió aumentar el conocimiento del Universo y de la propia Biología. La producción de los alimentos se industrializó y se dio una segunda vuelta de tornillo al descenso en la calidad de la nutrición. Ésta tuvo también incidencia negativa sobre la salud, aunque camuflada por los avances técnicos en ese campo. A lo largo de los últimos siglos, incluso ha disminuido de nuevo el tamaño de la masa encefálica. Pero, en cambio, se llegó a poder transferir ciertas funciones cognitivas y de gestión de información a máquinas cada vez mejores. Los transportes ganaron en velocidad y alcance, de modo que los desplazamientos por todo el globo quedaron ampliamente disponibles. Se sistematizó el cuidado sanitario, avanzando sobre algunas enfermedades y recuperando longevidad, que no calidad de vida. Se crearon instituciones de coordinación política y económica globales, que avalaban el estatus dominante de ciertos estados y, sobre todo, de ciertas minorías de la población.
EL MOMENTO ACTUAL: LA CRISIS SISTÉMICA
Todo ese momento general de aceleración creciente, ha traído a la especie a una situación crítica, que viene dando síntomas en diferentes ámbitos. Veamos rápidamente la situación de algunos de ellos en el presente.
En la Economía, la concentración del poder económico en pocas manos ha ido pasando de los ciclos de resolución mediante grandes guerras a grandes crisis cíclicas, por saturación del mercado. El asentamiento de un mercado global con grandes focos de poder compitiendo entre ellos ha desembocado un atasco general de la economía, donde el 1% de la población mantiene sus privilegios sobre el resto, gracias al control que tiene sobre el poder político y sobre las superestructuras formadoras de opinión, como los medios de comunicación y la industria del ocio. También desde ahí controlan los medios de coerción sociales y los ejércitos, de modo que aparentemente nada puede escapar a su control. Sin embargo, parece haber un agotamiento de ciclos y la maquinaria del consumo empieza a dar señales de estancamiento, al haber ido perdiendo poder adquisitivo capas más y más amplias de la población.
El Poder Político está cada vez más desacreditado en las llamadas democracias occidentales. Su relación con el Poder Económico es ahora tan evidente que ha perdido toda credibilidad. La multiplicidad, reiteración y abundancia de la corrupción han demostrado que no son casos excepcionales, sino la naturaleza misma del sistema. Pese al férreo control sobre los media y, ahora también, sobre las redes sociales, pese a la tecnología de la manipulación, más y más desarrollada, las poblaciones, si bien están fuertemente desreferenciadas, no confían ya en los políticos de ningún signo. A nivel mundial, lo que pudo ser una gran avance, como creación de un órgano conjunto de coordinación horizontal entre los Estados, la ONU, ha ido cayendo en las redes de corrupción y compra sistemática de influencias, para convertirse en un órgano más de propaganda de los intereses de los grupos de mayor poder.
En las esferas del Pensamiento, la Filosofía y la Ciencia, se deja sentir la asfixiante presión del Poder para evitar corrientes críticas que antagonicen con sus intereses. Instituciones y responsables dependen de financiación para funcionar y, a la corrupción de sus responsables, se añade la lucha por el control interno, donde prevalecen aquellos mejor respaldados por los poderes económicos y políticos, en detrimento de la verdadera Ciencia y del Pensamiento Libre. Las grandes religiones institucionalizadas, en el caso del Islam y de alguna secta cristiana parecen progresar al cobijo de algún poder político local, pero el resto se esfuerza por mantener su posición de privilegio, totalmente desconectados de la función que pretendían cubrir, de facilitar a pueblos e individuos un camino de reconexión con lo Sagrado. Solamente el arte, en su expresión popular y con algunas honrosas excepciones, pese a la corrupción generalizada de instituciones y cargos oficiales, en ocasiones refleja un canal de expresión de algo profundo que surge y se manifiesta. La Ciencia en sí debería poder abocarse lleno a la resolución de un desafío de envergadura, como es la integración del conocimiento acumulado en teorías coherentes sobre el Universo. Sin embargo se halla debilitada por la presión ejercida desde el poder para investigar aquello que sea rentable y por sus propios circuitos de autoridad, cerrados a la innovación de las ideas. El autoritarismo en el mundo de las ideas asfixia como nunca los procesos de creación.
Nos encontramos en una situación límite en la relación con el mundo natural. Esa desconexión nos afecta doblemente, porque la naturaleza nos ofrecía un vínculo con lo Sagrado, que se ha ido perdiendo.
Y porque ese daño y ese desequilibrio pueden ser irreversibles en una escala humana de tiempo y así se rompe el compromiso con las generaciones posteriores de transmitirles un mundo digno de ser habitado. Lo que ha sido llamado emergencia climática, fue primero negado desde el Poder y después adoptado por ciertos sectores de él, en la medida que siga sin costarles un recorte de dividendos. Los detalles técnicos que permitan una evaluación objetiva del peligro climático son difíciles precisamente por la desgastada credibilidad de las autoridades científicas. Más grave a corto plazo para nuestra especie es el envenenamiento progresivo a que está siendo sometida por varias vías. En el aire y en el agua, la presencia continua de contaminantes que respiramos y bebemos. Otras especies, en los mares, están también intoxicadas y algunas de ellas son nuevos vectores de contaminación para nosotros al servirnos de alimento. Los animales criados para alimentación han sido de tal forma sobreexplotados que se han convertido una puerta de entrada para tóxicos y patógenos. El envenenamiento general de los alimentos por cantidades en principio pequeñas de metales pesados, disruptores endocrinos y otros tóxicos. Incluso a través de medicamentos cuyo uso atenta contra salud.
En la Biología, encontramos que se ha aumentado espectacularmente la esperanza de vida media. Este es un concepto estadístico. Al reducir mucho la mortandad infantil en los últimos siglos y reducir varias de las causas de interrupción accidental de la vida, el resultado es una edad promedio de fallecimiento más tardía. Aun así, estamos ante el fracaso de la Medicina oficial más cómplice y partícipe del Poder. En primer lugar, tenemos varias pandemias aceptadas como inevitables y en progresión, como las cardiopatías, la Diabetes 2, las enfermedades metabólicas, las autoinmunes, las tumorales, las psiquiátricas y las neurodegenerativas. En esta sociedad orientada a la rentabilidad económica, los estándares de salud han ido bajando el listón hasta el punto de que se considera saludable cualquier estado apto para desempeñar una función laboral, incluso si es mediante el uso continuado de fármacos que silencien los síntomas. En esos casos, ni siquiera se hace el intento por restablecer el estado de salud a una ausencia de patologías observables. La continua injerencia de intereses de laboratorios farmacéuticos y de la industria alimentaria, condiciona absolutamente las recomendaciones de los responsables de salud, desoyendo y neutralizando las voces de los esforzados investigadores independientes. La presión añadida de los intereses económicos en mantener en activo una masa laboral productiva, impide cualquier reflexión sobre las consecuencias del estrés acumulado y del estilo de vida establecido. El antiguo concepto de medicina preventiva ha desaparecido o es vagamente evocado como conjunto de medidas protocolizadas para reducir moderadamente los casos de morbilidad más flagrantes. Los conocimientos médicos heredados de otras culturas y hasta aquellos que surgen de la investigación rigurosa, al margen de los circuitos protegidos por el escudo de la industria farmacéutica, se encuentran bajo persecución, o con la misma dificultad para ser aceptados o innovar, como ocurre en la Ciencia. Ya antes de aparecer el COVID-19, estábamos ante una importante crisis biológica que amenazaba la conciencia humana en su propio sillar físico. El estilo de vida altamente sedentario y la alimentación en base a productos contrarios a nuestra genética, especialmente los procesados, promocionada desde la industria alimentaria y con la complicidad de las autoridades sanitarias, ya no solamente empiezan a reducir, de nuevo, la esperanza de vida. También producen una importante disminución en su calidad y muy especialmente en los últimos años del individuo. Ya no se trata solamente del alto número de patologías reconocidas, se trata de que el rendimiento fisiológico de los supuestamente sanos, es cada vez más bajo. Y lo son también sus capacidades inmunológicas y mentales. Esta pandemia está poniendo en evidencia las carencias del llamado sistema de salud. Tanto por su excesivo condicionamiento por los poderes económicos, que a través de los políticos lo han dejado reducido a un negocio más, como por su concepto básico de la sanidad, a todas luces incapaz de mantener a la población en un estado saludable y resistente.
CONCLUSIONES
En el contexto general de corrupción, de veto a las ideas y de imposición de autoridades en las instituciones que son corruptas, o bien incompetentes, o que tienen las manos atadas para tomar decisiones en pos del bien común, la especie se encuentra especialmente desprotegida ante una enfermedad que nunca hubiera debido ser una amenaza biológica de peso. De hecho, no está amenazada la supervivencia de la especie como tal, sino más bien todo el sistema de relaciones económicas y sociales construido en los últimos siglos. Desafortunadamente, una caída del sistema traería consigo innumerables víctimas, especialmente entre los menos favorecidos en su situación personal y económica.
Si, a lo largo de su proceso evolutivo, la especie fue pasando de una dependencia total de las respuestas naturales y los cambios genéticos hacia cambios tecnológicos y sociales, ya hace tiempo que su destino está en sus propias manos y solamente por una decisión voluntaria de cambio se puede salir de esta crisis acumulativa.
Es muy claro que hemos conseguido grandes logros, pero con grandes defectos arrastrados desde tiempo atrás y que ahora toca subsanar. La reparación de la Brecha, antes mencionada, clama por su urgencia. Claman las voces de las mujeres que han sido marginadas por el sistema patriarcal durante milenios y que encuentran ahora resonancia en muchos hombres que reniegan también del modelo social insolidario, que tampoco a ellos les sirve. Las nuevas generaciones claman por la recuperación del mundo Natural que debieran heredar y que, ahora, no parece estar en condiciones adecuadas para seguirnos ofreciendo refugio y alimento de calidad. El clamor por una justicia social y económica surge y resurge en movimientos sociales, que brotan de forma aparentemente espontánea, pero no son sino la expresión de una señal, que desde las profundidades de la conciencia de la especie, adopta formas no-violentas para hacerse oír. Incluso, a veces en conexión con estos últimos, ya clama de modo manifiesto un pujante movimiento en busca de una nueva espiritualidad. En medio del confinamiento global, el silencio reinante nos invita a escuchar el estruendo de todos esos clamores y a interpretar sabiamente su mensaje.
Bueno sería que esta pandemia sirviera para despertar y comprender mejor el alcance de la crisis sistémica que estamos viviendo desde que empezó este siglo, o incluso antes.
Como en el cuento del cielo de los cucharones con mango largo, donde cada uno recibe alimento si le da de comer a otros, en esta pandemia parece una constante la necesidad del cuidado solidario. Por ejemplo, en el uso de las mascarillas: “Yo no te contagio a ti y tu no me contagias a mí”. También en las relaciones entre estados parece ir avanzando la idea de que la ayuda mutua es más eficaz que la guerra por los recursos o por beneficios económicos. Aún queda mucho campo por recorrer y cuando estamos hablando de los gobernantes, nos referimos al sector más “duro” del sistema, en un principio. Pero incluso entre ellos, parece haberse abierto camino cierta tímida manifestación de humanismo y, al menos en lo declamativo, considerar a los seres humanos como más importantes que la economía. De hecho, la medida más extendida y aceptada voluntariamente por amplios sectores, es que todos se esfuerzan para proteger a los pocos que serían verdaderamente vulnerables.
Sin lugar a dudas, este “recodo en el camino” impuesto por las semanas de confinamiento, la disminución del ruido físico en las ciudades, la detención del frenético ritmo de actividades productivas, el cambio de paisaje cotidiano, incluso para aquellos que salen de su casa para el mantenimiento de tareas esenciales y la presencia de un fenómeno inusual de tal dimensión, abren la puerta interna a un proceso reflexivo que no podrá pasar sin dejar huella en las vidas de todos aquellos que lo hayan transitado. No es una garantía de nada, pero es una gran oportunidad de que desde algún lugar en lo profundo del ser humano, aquello que ha impulsado la Vida y a nuestra especie en pos de la conciencia, se haga sentir en muchas personas y sea el germen de nuevas miradas y, ojalá de nuevas actitudes.
El confinamiento nos ha aportado un “efecto demostración” de que otra forma de vida es posible. La limitación permanente del movimiento no puede ser aceptada ni considerada como deseable, pero una reducción en nuestro ritmo habitual, una vida menos enajenada y una menor dependencia de los resultados inmediatos han demostrado al mundo entero que son posibles.
La valoración de todo aquello que ahora se echa de menos, las relaciones sociales, la conversación, el apoyo y la comprensión. Se aprecia ver caras amigas, aunque sea por videoconferencia. Un tiempo al aire y al sol, aún desde una ventana, son un tesoro, ahora que no podemos ir a pasear por la calle. Tantas pequeñas cosas de lo cotidiano, que no se compran con dinero y que son ahora puestas en valor, nos aportan otra mirada, más allá del materialismo, que podría de algún modo conservarse en parte después de esta crisis.
Pero, por encima de todo, se ha demostrado que es posible que tengamos que enfrentarnos, como especie, a un problema común, todos nosotros al mismo tiempo. Evidentemente, no se ha podido dar la mejor respuesta en esta ocasión, pero ha quedado clara la necesidad de poder dar esa respuesta y los supuestos cauces institucionales no han sido eficientes ni inteligentes. Queda también claro que este tipo de situaciones que afecten a toda la población humana, pueden repetirse y es probable que lo hagan.
De modo que la coordinación mundial no es un sueño ni un capricho, es una necesidad desde ahora. Evidentemente, eso sí representaría una escalada de conciencia y el principio de un nuevo paradigma de relaciones integradoras entre los pueblos, abriéndose el camino hacia una Nación Humana Universal.
Ciertamente es pronto para saber a dónde nos va a llevar esta situación sin precedentes. Todos los escenarios son posibles, dentro de ciertos parámetros.
En primer lugar, el colapso económico está asegurado. Muchos pequeños dramas personales y familiares llegarán por el período de inactividad, la caída del empleo, el cierre de pequeñas empresas, la caída aun mayor del consumo. Los precedentes de otras crisis económicas indicarían que, una vez más, quienes tienen el poder en sus manos utilizarán los resortes, que solo ellos manejan, en su propio beneficio, para mantener y aumentar sus privilegios. Si ellos controlan los gobiernos y los medios de comunicación, invaden con sus bots y sus memes las redes sociales, dirigen las instituciones y manejan las universidades, no parece que nadie se lo pueda impedir. Nuevas circunstancias han aparecido para mostrarles a su vez las nuevas herramientas de control social que pueden utilizar en lo sucesivo. La monitorización de las personas, apelando a su responsabilidad ante una emergencia de salud. El acceso informático a su privacidad. La obligatoriedad de respetar un toque de queda en el domicilio o de internarse en un centro de aislamiento preventivo en caso de sospecha de infección… La lista de posibilidades no ha hecho sino empezar a desplegarse. Como, efectivamente, el control total de la pandemia puede llevar meses, pueden tener tiempo de implementar paulatinamente muchos de estos procedimientos de control, para no ser retirados después. Lo cual les sería muy conveniente, si las restricciones económicas en la base social crecen y se pasa de un confinamiento confortable, subvencionado y abastecido, en los países desarrollados, al menos, a una situación de posible desabastecimiento, encarecimiento insostenible de la vida y escasez de recursos económicos generalizada.
Una visión más optimista, dejaría margen para la humanización de algunos dirigentes y la apertura del sistema a otras opciones de gestión de la sociedad, menos enfocadas a la economía y más solidarias con los débiles. Aún no hay indicadores de esto, pero nunca se sabe. Fenómenos así han irrumpido en ocasiones, aunque nunca de forma general, todavía.
Y, en un plazo más largo, cabe esperar que el poso de este evento en la memoria colectiva buscará expresarse y se abrirá camino en algún momento para producir cambios positivos en el mundo. Tal vez las nuevas generaciones que han visto esto y que lo tendrán como parte de su paisaje de formación, puedan asumir tareas que, ahora, nosotros no podemos ni visualizar todavía.
Algunos criterios de acción sí se ven claros, si no lo estaban ya antes del evento actual. Poner en marcha redes de intercambio y de solidaridad. Promocionar el buen conocimiento y las redes informativas que lo extiendan, no solamente en el dominio del saber, también en cuanto a mejores pautas y estilo de vida. Compartir, facilitar y difundir el acceso al contacto con lo Sagrado por cuantas vías se presenten, incluyendo el Arte.
Y, ante todo, predicar con el ejemplo de la práctica, en las relaciones interpersonales, de la Regla de Oro: “Trata a los demás como quieres que te traten”.
Carles Martín.
Barcelona, 17 de abril de 2020.